TIJUANA.– Jaime tenía 56 años y un apodo que evocaba cariño: “El Pato”. Era un rostro conocido en la colonia Libertad Parte Alta, no por escándalos ni por conflictos, sino por su constante disposición a ayudar. Repartía mandados, despachaba en la tienda de la esquina, ayudaba en la tortillería y, últimamente, colaboraba como ayudante en una taquería. Fue ahí donde, la noche del domingo 20 de julio, le arrebataron la vida.
El reloj marcaba una rutina cualquiera en las calles 14 y Diego Rivera. El olor a carne asada se mezclaba con el bullicio nocturno cuando se escucharon los disparos. Los vecinos salieron y lo vieron tendido. La Policía Municipal llegó tras el reporte de una persona lesionada por arma de fuego. Lo encontraron con dos impactos: uno en la cabeza y otro en el pecho. No había mucho por hacer.
Paramédicos y bomberos confirmaron lo inevitable: Jaime ya había partido de este plano. En la escena, al menos tres casquillos percutidos y un silencio que pesaba como plomo.
Los vecinos no tardaron en rodear el lugar. Todos sabían quién era. Todos lo habían visto ayudar, barrer, cargar bolsas, sonreír a pesar de todo. La noticia cayó como un balde de agua helada. No era un desconocido. Era “El Pato”.
La Fiscalía General del Estado y peritos forenses trabajaron en el sitio durante horas. Hasta ahora, no hay detenidos. Solo una silla vacía junto al trompo de pastor, y una comunidad que extrañará al hombre que nunca dijo que no.
