Cuando el sol comienza a hundirse en el Pacífico y el cielo se tiñe de tonos naranjas y violeta, la frontera no divide, sino que conecta. Desde Playas de Tijuana, el Día de la Independencia de Estados Unidos también se celebra, con fuegos, risas y memorias compartidas.
Cada 4 de julio, una tradición peculiar toma forma del lado mexicano de la línea. Familias enteras se dan cita en el malecón de Playas de Tijuana, no para celebrar una patria propia, sino para festejar la cercanía con otra que, aunque a veces distante, es parte inseparable de sus historias.
Niñas y niños corren con bengalas chispeantes en las manos, dibujando en el aire la forma de una noche que brilla con identidad mestiza. Son ellos los protagonistas de una celebración importada pero ya sentida como propia. En sus risas no hay geopolítica, sólo asombro.
Pero este año, algo fue distinto. Los espacios, por lo general colmados, parecían respirar con más calma. La multitud fue menor. Algunos asistentes comentaban que las redadas migratorias y el endurecimiento de las políticas en Estados Unidos habían dejado su huella. Muchos decidieron quedarse en casa, otros ya no están. La alegría de la noche cargaba, en el fondo, una sombra de ausencia.
Mary Chuy Arredondo no faltó. Como desde hace 12 años, llegó puntual, acompañada de su inseparable “Minnie Mouse” vestida con la bandera de barras y estrellas. Por 20 pesos, las familias se toman una foto con ella, un recuerdo entre la nostalgia y la celebración. Mary, como tantos otros, ha hecho de esta fecha una oportunidad de subsistencia. “Aunque no haya mucha gente, aquí seguimos. Uno tiene que buscarle”, dice con una sonrisa que resiste.
El olor a pólvora y el estruendo de los cohetes marcaron la llegada de la noche. Desde el malecón, algunos miraban hacia el norte, observando los fuegos artificiales de San Diego, mientras otros encendían sus propios fuegos desde esta orilla. Un espectáculo compartido, aunque lanzado desde distintos puntos del mapa.
Entre los asistentes, también había ciudadanos estadounidenses que decidieron cruzar la frontera para celebrar aquí. “Aquí el ambiente es más cálido, más familiar… más nuestro”, dijo uno de ellos mientras alzaba su bebida y abrazaba a su pareja mexicana.
Así, entre luces, música y aroma a elote con chile, Playas de Tijuana volvió a ser ese lugar único donde los símbolos se cruzan y las celebraciones se reinventan. Porque del lado mexicano, el 4 de julio no es una copia, es un espejo: uno que refleja la complejidad de una región donde la cultura es una mezcla, y donde las bengalas no entienden de muros.