La noche avanzaba sin prisa sobre el asfalto del Bulevar 2000. Eran las 9:52 de la noche cuando una patrulla de la Policía Municipal, en uno de sus recorridos de rutina, divisó algo fuera de lugar. A un costado de la vía, entre la maleza y la penumbra, yacía un bulto de formas inquietantes, envuelto en una lona gris con azul y cubierto parcialmente por una cobija roja.
Del bulto sobresalía un zapato deportivo, gris, polvoso. Bastó ese detalle, junto con las manchas pardo rojizas que se extendían sobre la tela, para confirmar la sospecha: allí había un cuerpo.
Fue en la zona de El Altiplano, justo antes de llegar a la caseta de la carretera de cuota Tijuana-Tecate, donde se confirmó la presencia de una persona sin vida, abandonada, envuelta, ocultada de la mirada pública como si fuera una carga que alguien se apresuró a desechar.
Elementos de la Guardia Nacional llegaron para asegurar el perímetro. Más tarde, peritos de la Fiscalía General del Estado realizaron el levantamiento correspondiente y procesaron la escena bajo las luces de las patrullas, entre miradas tensas y silencio oficial.
Hasta el momento, no se ha revelado el sexo ni la identidad de la víctima. Nadie ha preguntado por ella. Nadie ha sido detenido.
En una ciudad donde los cuerpos aparecen como ecos de una violencia ya habitual, este hallazgo es un recordatorio de lo que se ha normalizado: que alguien sea asesinado, envuelto en una lona, y dejado al borde del camino sin nombre, sin rostro, sin historia.
Pero cada cuerpo tiene una. Y esta, tarde o temprano, merecerá ser contada.