Coronado, el cielo de julio: una celebración que cruza fronteras

El 4 de julio, el cielo de Coronado no solo estalla en colores, también se llena de historias que cruzan puentes, idiomas y recuerdos. Ese día, las fronteras se difuminan en la bruma de la bahía.

Desde muy temprano, el Centennial Park se convirtió en refugio de miles. Familias enteras, algunas locales, otras que cruzaron desde Tijuana con hieleras y mantas al hombro, comenzaron a conquistar el césped como si supieran que ese pedazo de tierra frente al mar sería, por unas horas, el mejor balcón del mundo.

Coronado no solo celebraba la independencia de un país. Celebraba también la posibilidad de compartir. Casas de campaña, banderas que ondeaban entre risas, mascotas con paliacates patrióticos y niños que corrían con bengalas en las manos. Todos esperaban la noche como se espera la magia: con paciencia y con los ojos al cielo.

Sagrario Navarro venía desde el sur. Cruzó temprano la frontera con la ilusión de vivir algo que siempre había visto en películas. “Es la primera vez que me toca ver los fuegos artificiales”, dijo, mientras sostenía una soda fría y veía cómo el sol empezaba a caer sobre la bahía. Lo que más le sorprendió no fue el espectáculo, sino la mezcla de lenguas, rostros y culturas que compartían el espacio sin más requisito que las ganas de estar ahí.

A unos metros, Ricardo, estadounidense por nacimiento, tijuanense por convicción, colocaba su silla plegable junto a su esposa e hijos. Ha venido por años. “Para mí, este día significa que somos una nación libre”, compartió con voz pausada, mientras su hijo menor se cubría con una bandera como si fuera capa de superhéroe.

Cuando cayó la noche, el murmullo se convirtió en silencio. Un segundo antes del primer estallido, la bahía se volvió expectativa pura. Y entonces, las luces. Rojas, blancas, azules. En espiral, en cascada, en racimos imposibles. Cada explosión iluminaba no solo el cielo, sino también los rostros —asombrados, conmovidos— de los que ahí estaban.

Porque el 4 de julio, en Coronado, no es solo una celebración patriótica. Es un recordatorio de que los fuegos artificiales no entienden de muros, que las familias comparten más que un idioma, y que la libertad, como el cielo, no tiene fronteras.

Compartir esta nota

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *