En la colonia Poblado Ejido Mariano Matamoros, la noche del viernes se fracturó con el eco de disparos. Eran las calles Séptima y Lázaro Cárdenas las que esta vez presenciaban el crimen. Dentro de una camioneta pick up guinda, quedó César Alexis, de 38 años. No hubo tiempo para correr. No hubo margen para defenderse.
Cinco casquillos regados marcaron la brutalidad del acto. La camioneta aún encendida, las luces apenas iluminando el asfalto. La vida de César se detuvo ahí, en el mismo instante en que los proyectiles le arrancaron el aliento.
Los primeros en llegar fueron los paramédicos de la Cruz Roja. Confirmaron lo inevitable. El cuerpo ya no respondía. Poco después, llegaron los agentes de la Fiscalía General del Estado, con peritos criminalistas que comenzaron a documentar la escena que ya se volvía parte del archivo fúnebre de la ciudad.
Testigos señalaron que los responsables escaparon a bordo de una vagoneta Ford Expedition, también color guinda, como si hasta el vehículo supiera que debía camuflarse en la noche. Se dirigieron hacia el bulevar 2000, una ruta que tantas veces ha servido de escape a quienes siembran muerte en Tijuana.
César Alexis no alcanzó a contar su versión. Su historia terminó sin previo aviso, sin epílogo. Solo quedó el cascarón de una camioneta, una ficha de identidad en los reportes forenses y la promesa de una investigación que, como tantas otras, podría naufragar en el mar de impunidad que cubre esta ciudad.
Porque aquí, donde las balas circulan más rápido que la justicia, lo único certero es la repetición: otro cuerpo, otro nombre, otro silencio que pesa.
Fotografía: Arturo Rosales.