TIJUANA.– El golpe no fue solo metálico, fue también a la dignidad y al sustento. Cuatro autos, tres cuerpos y una comunidad entera quedaron marcados por la imprudencia de un joven de 19 años que, sin freno ni conciencia, irrumpió con su vehículo deportivo la noche del jueves 24 de julio en un espacio donde un grupo de choferes de plataforma se reunía a descansar tras una jornada de trabajo.
Los hechos ocurrieron sobre la calle 6 de Enero y avenida Lázaro Cárdenas, en la colonia Francisco Villa, justo detrás de Plaza 2000. Allí, un Ford Mustang descontrolado arrolló a tres hombres y destrozó al menos cuatro vehículos. A cinco días del incidente, los afectados aún esperan justicia, o al menos, una respuesta.
Abel Sandoval, uno de los testigos y afectados, relató con claridad el momento del impacto. “Estábamos platicando, ya íbamos a irnos. De repente ese carro salió volando, hizo una maniobra y ya no lo pudo controlar. Se fue contra mis compañeros. Uno salió volando y los otros dos quedaron tirados. El mío fue pérdida total”, dijo, con la voz entre la impotencia y la rabia.
Dos de los lesionados siguen internados en la Clínica 1 del IMSS. Uno de ellos con fractura en la pelvis y cadera; el otro, con el peroné roto y lesiones en el pie. El tercero, Ángel de Jesús Arias Morales, fue dado de alta apenas este lunes, con un hematoma de segundo grado en la cabeza. No podrá trabajar durante semanas.
“Yo vivo de esto. No puedo manejar, no puedo moverme bien, y ni siquiera sé si el chavo que nos hizo esto sigue detenido. Nadie nos informa nada”, expresó Ángel, quien teme no poder cubrir los gastos médicos ni las cuentas que ya comienzan a acumularse en casa.
Los afectados acudieron a la Fiscalía para solicitar avances en la carpeta de investigación, pero —según narraron— no han recibido respuesta clara. Ni siquiera saben si el joven responsable continúa en libertad.
“Queremos que se nos repare el daño. Ya no podemos trabajar, no tenemos carros, y tampoco hay un seguro o autoridad que nos haya dado la cara”, insistió Abel Sandoval.
Lo que comenzó como una noche cualquiera para un grupo de trabajadores terminó con ambulancias, hospitalizaciones y autos convertidos en chatarra. Pero lo que más duele, dicen, no es el metal torcido, sino la indiferencia con la que se ha tratado su caso.