Tijuana.— Nadie supo su nombre. Tampoco si tenía familia, si lo esperaban en algún rincón del país o si había elegido aquella choza de madera, cartón y plástico por necesidad o resignación. Solo se sabe que vivía ahí, en la orilla olvidada de la calle Guillermo Prieto, en Aguaje de la Tuna, donde las banquetas terminan y comienza la intemperie.
A las 11 de la noche del domingo, las llamas iluminaron el baldío como si fueran bengalas de auxilio. Los vecinos salieron corriendo. Algunos con cubetas, otros con la angustia atravesándoles el pecho. Pero no hubo tiempo. Cuando los bomberos llegaron, el fuego ya había arrasado con todo.
Entre las cenizas, el cuerpo de un hombre fue encontrado sin vida. Calcinado casi en su totalidad. Las autoridades estiman que tenía cerca de 45 años. No se hallaron documentos, ni ropa reconocible, ni pista alguna que diera identidad al fallecido. Solo restos y silencio.
Las autoridades llegaron con cinta amarilla, cámaras fotográficas y libretas. Los bomberos regresaron con los rostros tiznados. “Era una vivienda improvisada…”, dijo uno de ellos, con voz baja, como quien describe una escena demasiado frecuente.
Nadie en el lugar pudo decir con certeza quién era. “Lo veíamos pasar. A veces saludaba. A veces no”, comentó una mujer desde la banqueta. “Vivía solo, se alumbraba con una veladora por las noches. Siempre estaba tranquilo”.
La Fiscalía General del Estado inició una investigación, aunque no se descarta que el incendio haya comenzado por una chispa mínima: un cigarro, un cortocircuito, una vela mal colocada… En las casas improvisadas, el fuego siempre encuentra caminos.
Mientras tanto, su cuerpo reposa en calidad de desconocido en el Servicio Médico Forense. En espera de que alguien lo reclame. De que alguien recuerde su nombre.
Y si no es así, entonces quedará como tantos otros: un hombre sin pasado, sin historia, que murió en la frontera del abandono. Uno más que vivía a la sombra del progreso y a merced del olvido.
En Tijuana, donde el crecimiento urbano engulle las laderas y los bordes se llenan de estructuras frágiles, cada incendio en una casa improvisada es una llamada urgente: no solo por el fuego, sino por las vidas que se apagan antes de tiempo, sin testigos, sin despedida.
Porque nadie debería morir así: sin nombre, sin hogar, sin historia. Y sin quien lo cuente.