Entre humo y emergencia: el amanecer ardió en Nordika

Tijuana, B.C. — El silencio de la madrugada fue roto por una columna de humo que ascendía como un grito. Eran poco más de las 5:00 a.m. cuando las llamas comenzaron a devorar un almacén médico de la Secretaría de Salud, oculto entre las calles Antonio Trujillo y Hermanos Trujillo, en el corazón industrial de la colonia XVIII Ayuntamiento.

Quienes llegaron primero fueron los bomberos. Siete estaciones respondieron a la alerta. Treinta y cinco elementos, algunos aún sin desayunar, con los ojos apenas abiertos, se calzaron el traje del deber. Frente a ellos: una bodega que escupía fuego y toxinas. Dentro, alcoholes embotellados, empaques de plástico, cajas de cartón con suministros médicos… todo ardía como si el tiempo se negara a esperar una orden.

No hubo heridos, pero sí evacuaciones. Las fábricas vecinas, aún en penumbra, desalojaron a su personal. Algunos obreros salieron con las mochilas al hombro, mirando al cielo nublado de humo, preguntándose si volverían a sus puestos ese mismo día o si sus trabajos quedarían suspendidos entre cenizas y llamas.

Afuera, Protección Civil cerró vialidades. Cruz Roja permanecía alerta, sin atender víctimas, pero con la convicción de que todo podía cambiar en un descuido. Nadie se atrevía a respirar hondo. En el aire flotaba una mezcla densa de químicos y temor.

El fuego, dicen, no solo consume materia. También prueba los reflejos de una ciudad que, por momentos, parece caminar al borde del colapso. Esta vez no se lamentaron pérdidas humanas, pero el incendio en Nordika deja una pregunta sin respuesta inmediata: ¿qué tan preparados estamos para cuidar aquello que debería cuidarnos?

El sol salió unas horas después, sobre una estructura ennegrecida, humeante. Pero bajo ese esqueleto de concreto aún late una advertencia: incluso los espacios destinados a la salud pueden arder si la prevención no es prioridad.

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